domingo, 9 de enero de 2011

Ahora la única salida que tengo son las letras. Y al parecer, han sido la única salida desde siempre. Las letras, más que un pasatiempo o un talento, pueden ser mi testamento y, tal vez, mi declaración de renta. Lo único que va quedando y ha quedado es la impresión de la tinta en el papiro, la expresión del alma impregnada en el papel.

Trato de huir de muchas cosas que disgusto del cosmos. Siempre pareceré pensativo, mientras en mi cabeza trato de convertir todo ese disgusto en letras. La civilización, lejos de hacernos mejores personas, nos ha hecho pedazos de carne dependientes del consumo y de los top ten products. Me repugnan. Me repugno a mí mismo.

Cuanto me gustaría estar en la total bajeza, lejos de todo contacto con la civilización, con el consumo, con las élites. Lastimosamente el hombre en nuestras sociedades, que tiende hacia lo bajo, ha volteado el mapa y lo bajo ahora parece ser lo alto. Pero no es lo bajo por bueno, sino por miserable.

Busco una puerta de escape, un cuarto de pánico mientras, por lo menos, intento actuar. Ese cuarto de pánico son y van a ser siempre los escritos.

Los escritos. Leer no mata a nadie, al contrario, nos da vida. La letra es vida, la letra es el polen del azul del mar y el verde amazónico.

Necesito a las letras, y un poco más de cosas para poder sobrevivir en un mundo. El día que se vayan, lo único que va a quedar es apagar la luz.

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